Vivimos en una época en la que las tradiciones, cada vez más, van desapareciendo. Y el mundo nupcial no iba a ser la excepción.
La gran afectada ha sido “la Ceremonia y su celebración”. No contenta con pasar a un segundo plano para muchos de los invitados (no nos engañemos, todos hemos recibido una invitación de boda y en lo primero que hemos pensado es en la fiesta) también ha visto cómo los patrones para el enlace se iban deshaciendo.
Y la mayor crítica hacia todos estos cambios casi siempre ha venido del mismo lado: los más mayores. Es difícil para los más veteranos de la familia ver cómo nos unimos en matrimonio lejos de los ojos del Señor: en un juzgado, en el mismo restaurante, en una playa perdida… o cualquier opción que pare ellos no sea “casarse como Dios manda”.
Pero nos olvidamos del verdadero motivo, la unión de dos personas que se aman. Da igual dónde sea y cómo sea. Da igual si es ante los ojos del Dios, ante los ojos del mar o ante los ojos del código civil. Da igual si es un hombre y una mujer, dos mujeres o dos hombres. Lo único que aquí vale es el amor.
Y particularmente, uno de los lugares preferidos por las parejas son los restaurantes. Aprovechando el paraje, las vistas y ayudado por la rica zona geográfica en la que vivimos, conseguimos un entorno ideal para celebrar una ceremonia.
Tu familia, tus amigos, la persona a la que quieres. Todo está preparado. Chan, chan, chachan,…chan, chan chachan (léase con tono de marcha nupcial). El momento ha llegado. Y es aquí donde queremos dejar nuestro toque personal.
Queremos una ceremonia única. Y si bien es verdad que, ahora sí, nos gusta mantener el guión tradicional, no queremos celebrar nuestra boda sin dejar nuestro sello. Algo diferente, algo que no se parezca a lo habitual, algo que nos distinga.
Ese algo llega al final. El último paso. El, conocido por todos, intercambio de arras. Un gesto simbólico de prosperidad para los recién casados que, de un tiempo a esta parte, se ha sustituido por otros dos tipos de ceremonia: ceremonia de “La Vela” y ceremonia de “La Arena”.
En el primero de ellos, la pareja posee dos velas encendidas en sus manos y en el centro del altar, una vela de mayor tamaño espera apagada. Los novios (cada uno con su vela y al mismo tiempo) encenderán la vela central como símbolo de la llama del amor que han prendido juntos.
En el segundo caso, y de un modo similar al primero, los contrayentes portarán una pequeña vasija llena de arena que depositarán al mismo tiempo dentro de una vasija vacía colocada en el centro del altar. Este gesto simboliza la unión de todas y cada una de las pequeñas partes que componen nuestra vida, individual hasta el momento, a la persona con la que queremos pasar el resto de nuestros días.
Todos queremos un día especial. Un día en el que nuestro amor sea el protagonista. Nosotros tenemos la última palabra y deseamos compartirlo con las personas queridas.